Geocentrismo
Las estrellas fijas y los planetas
Desde tiempos muy remotos hombres y mujeres fijaron su atención en el cielo. Observaciones tales como la diversidad de estrellas que se observa en una noche sin luna incita la curiosidad de los hombres desde aquellas épocas. Surgieron entonces diferentes cosmologías que contaban cómo los dioses o la naturaleza misma habían obrado para brindarnos tan espectacular panorama. hay que tener en cuenta que llevaban a cabo sus observaciones a simple vista, y que si bien contaban con un cielo sin contaminación atmosférica ni lumínica, no se había inventado todavía el telescopio. Vale la pena, para entrar en tema formularse las siguiente preguntas ¿Qué se puede observar en el cielo sin telescopio? ¿Y qué se puede observar de la propia Tierra sin la posibilidad de obtener imágenes satelitales de ella? Esas preguntas están formuladas para ayudar a reconstruir, en la medida en que sea posible, qué observaba un geocentrista. La medida de lo posible está dada aquí por nuestro heliocentrismo, y la imposibilidad de no pensar, por ejemplo, en la imagen de la Tierra tomada desde el espacio. Es cierto que el cielo visto desde la Tierra no difiere gran cosa de lo que observaban los antiguos griegos, pero el marco en el que se realizan esas observaciones es diferente y, además, se trata de pensadores profundamente interesados en la investigación de los fenómenos celestes, así que merece la pena detenerse un poco a pensar qué observaban. Las estrellas, vistas desde nuestro planeta, parece realizar un movimiento alrededor de la Tierra saliendo por el este, y luego de realizar un arco en el cielo, se esconden por la parte oeste del horizonte. Esto motivó las más variadas explicaciones, pero una de ellas se mantuvo vigente durante tanto tiempo que fue de enorme influencia en el desarrollo del conocimiento desde la antigüedad hasta la época moderna.
Movimiento aparente del cielo.
Modelo geocéntrico
Según Aristóteles, la Tierra ocupaba el centro del universo y todos los demás cuerpos giraban en torno a ella con un movimiento circular eterno cuya velocidad de giro no variaba. Los diferentes cuerpos celestes, la Luna, el Sol, Mercurio y los demás planetas que se observan a simple vista, se encontraban, cada uno de ellos, fijados a una esfera transparente. Las esferas giraban con centro en la Tierra y así los cuerpos describían sus órbitas alrededor nuestro. Las estrellas conformaban la esfera más alejada de la Tierra formando una cáscara que era el confín del universo. Más allá de ellas no había nada, ni espacio ni materia. Dado que todas estas estrellas giraban juntas, sin separarse unas de las otras, la esfera que las contenía era la “esfera de las estrellas fijas”. Esta esfera de las estrellas fijas era la que, con su movimiento, arrastraba a las de más adentro de modo que todos los demás cuerpos celestes viajaban alrededor de la Tierra a distinta velocidad que las estrellas. Tales cuerpos eran llamados planetas (palabra que en griego significa astro errante), ya que parecían atrasarse o adelantarse respecto del giro de las estrellas. Según esta definición, los planetas eran el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Los demás planetas que conocemos hoy no estaban en la lista, porque recién fue posible observarlos con la ayuda de los telescopios casi dos mil años después. El universo de Aristóteles estaba lleno de materia, no existía el vacío y los cielos estaban divididos de modo que la esfera de la Luna y las más externas eran la zona supralunar, en donde reinaba la perfección y no había cambios; más aquí de la Luna, en la zona sublunar, las cosas eran imperfectas y todo estaba sometido a diferentes cambios y movimientos. (Ver La antigua física.)
Según este modelo, como cada cuerpo celeste da vueltas alrededor nuestro siempre al mismo ritmo y atrasándose siempre una misma cantidad respecto del giro de las estrellas fijas, nunca podría observarse que el planeta empezara a recuperar camino como si girara más rápido que las estrellas fijas que lo arrastran, no podía haber cambios. Pues bien, el planeta Marte (y otros también) mostraba este comportamiento y el modelo de Aristóteles tuvo que enfrentar esas observaciones (anomalías de la teoría).