El experimento de Milgram
Recordemos el experimento que llevara a cabo Stanley Milgram* en el que se convoca a voluntarios a realizar una investigación científica. Se presentan dos voluntarios, se lanza una moneda para decidir los roles (el "administrador" de la prueba y el "receptor" de la prueba). La prueba consiste en que el administrador le lea al receptor una lista de pares de palabras para que la memorice. Luego debe mencionarle la primera palabra del par y el receptor debe mencionar la segunda. Si falla en recordarla, recibirá una pequeña descarga eléctrica y esa descarga irá incrementándose en la medida de la falla en recordar. De este modo, se le explica a los voluntarios, se intenta medir si la estrategia de castigo puede dar algún respaldo al aprendizaje memorístico.
El hecho de que la asignación de roles haya sido aleatoria da al administrador la idea de que podría haber sido él quien estuviera en el banquillo recibiendo las descargas. También es crucial que una persona vestida con delantal se quede a presenciar la prueba. Y en cada momento en que el que la administra duda en seguir adelante o suspender la prueba, esta tercera persona solamente le dice "Ud sabe cuál es la consigna".
El resultado es asombroso: 65 % de los personas han sido capaces de administrar la prueba hasta un voltaje de 450 V (lo cual no indica mucho para alguien que sabe física, ya que cualquier encendedor de cocina produce una chispa gracias a unos 40.000 V, pero sí indica una cantidad "peligrosa" en términos populares).
La sorpresa es que quien está en el rol de receptor es un actor profesional y la investigación no consiste en estudiar el castigo como estrategia para favorecer el aprendizaje sino en poner de relieve el rol de la autoridad de la tercera persona en el condicionamiento a que los individuos sean capaces de hacer daño a otro siempre que exista otro al que se asocie la responsabilidad. Este experimento sirvió como explicación de la maquinaria nazi y puede aplicarse a toda una gama de situaciones en las que las órdenes nos liberan de la responsabilidad de decidir sobre las cuestiones éticas de nuestro comportamiento.
Lo que aquí nos interesa es que hemos llegado a una correlación estadística muy estable. El 65 % de nosotros es capaz de hacer daño a otro siempre que la responsabilidad recaiga sobre alguna autoridad. Con este resultado vemos que aunque no podemos saber si Juanita o Jaimito serán capaces de conducirse así, sabemos que de una muestra de 100 personas aproximadamente 65 lo harán. Y estas correlaciones son suficientes para organizar las estrategias en tecnología social, ya sea planificación en salud, en educación, en economía y en otras áreas.