Antecedentes de la controversia entre Pasteur y Pouchet
Desde épocas muy antiguas existía opinión formada acerca de que ciertos organismos podían surgir de la materia inerte; esta posición sostenida por naturalistas y filósofos, a los que identificaremos como “espontaneístas”, se perpetuó a lo largo de varios siglos.
Para Aristóteles (384 -322 a.C.) algunos animales nacían de progenitores idénticos, pero otros podían surgir de lo inanimado; en este sentido pensaba que el calor, la humedad y la tierra tenían la capacidad de engendrar seres vivos.
Estas ideas de Aristóteles transmitidas por influyentes pensadores, no se pusieron en tela de juicio hasta el siglo XVII. Sirvan a modo de ejemplo algunos de los relatos efectuados por poetas, filósofos y naturalistas, que confirmaban en sus dichos la existencia de la “generación espontánea”. Ovidio en su obra Metamorfosis, relata que después del diluvio universal,
Decaulión y Pirra repoblaron el mundo sembrando piedras que se convirtieron en hombres, mientras que de la tierra surgían animales diversos.3
Para el poeta Lucrecio, “la tierra engendra la vida” y el “azar” es el autor tanto de “monstruosidades” cuyo destino es desaparecer, como de “bellas realizaciones” capaces de “subsistir”. Según Lucrecio:
...Los átomos en su movimiento uniforme y continuo de descenso en el vacío, se desvían un tanto de su curso y eso basta para ocasionar múltiples encuentros, muchos de los cuales son infructuosos pero algunos dan resultados excelentes. Así se formaron los diversos objetos de nuestro universo, entre ellos los mismos seres vivos... ... Lucrecio comenta: “Me remonto al tiempo en que el mundo era reciente, en que la Tierra era aún blanda, y diré qué cosas decidió originar por primera vez en las regiones luminosas y confiar a los caprichos de los vientos. Produjo primero las hierbas de todas las especies y los colores brillantes con ellas, la Tierra cubrió las colinas y las llanuras. Todo florecía y los prados brillaban con un fulgor verdoso. Luego, las diversas clases de árboles pudieron alargarse a voluntad en los aires, sin frenos ni obstáculos que impidieran su crecimiento. Y así como las plumas, los pelos, y las lanas son los primeros en crecer en los cuerpos de los pájaros o en los miembros de los cuadrúpedos, así la Tierra, en su mocedad, comenzó por hacer crecer las hierbas y los arbustos, para crear luego las especies vivas que nacieron en gran número, de mil maneras y con aspectos variados. Pues los animales no pueden haber caído del cielo, ni las especies terrestres pueden haber salido de las profundidades del mar. La Tierra, merece pues el nombre de madre que se la ha dado, ya que de ella provienen todos los seres. Por lo demás , aún en nuestros días se ven surgir de sus entrañas muchos animales engendrados por las lluvias y el calor del Sol. ¿Qué tiene, entonces, de asombroso que en aquella época hayan nacido en todas partes especies más numerosas y más grandes, cuando crecían en la potente infancia de la Tierra y del Cielo? Primero, las especies aladas, las diversas aves emergieron de sus huevos a la temperatura primaveral, como en nuestros días las cigarras en el verano abandonan por sí mismas sus túnicas redondas para buscar su alimento. Fue entonces, sábelo, cuando la Tierra comenzó a producir la raza de los mortales. En efecto, el calor y la humedad abundaban en los campos. En todos los lugares adecuados hizo crecer matrices fijas a la Tierra mediante raíces: llegado el momento, estas matrices se abrieron bajo el impulso de los recién nacidos, ávidos de huir de su humedad y de ir al aire libre; entonces, la Naturaleza dirigió hacia ellos los canales de la Tierra, a los que obligó a verter por sus orificios un jugo semejante a la leche. Es así como ahora, toda mujer, después del parto, se llena de una dulce leche, porque entonces toda la fuerza de los alimentos pasa por las mamas. La Tierra dio a los niños el alimento, el calor les servía de vestido y la hierba les dio un lecho espeso y muelle. En la juventud del mundo no había fríos rigurosos, ni calores excesivos, ni vientos demasiado intensos; todo crecía y se fortificaba siguiendo una marcha pareja. Por eso, repetimos, el nombre de madre, que la Tierra ha recibido, lo lleva con justo título, pues ella misma ha creado al género humano y ha producido, por así decir, en fecha fija, todas las especies animales que vagan y retozan en las altas montañas , al mismo tiempo que los pájaros del aire de diversos aspectos. Pero como su fecundidad debe llegar a un término. la Tierra cesó de engendrar, como una mujer agotada por la edad. 4
Ya en la Edad Media, las teorías sobre el origen de la vida todavía seguían proponiendo que muchas plantas y animales podían engendrarse “espontáneamente” bajo ciertas circunstancias, así por ejemplo, las anguilas procedían del fango de los ríos, las ranas del lodo de los pantanos y las abejas de las vísceras de los toros muertos.
Ambroise Paré, un cirujano espontaneísta del siglo XVI, se refiere a este tema comentando un suceso personal:
Hallándome en una viña de mi propiedad próxima al pueblo de Meudon, hice romper una enorme cantidad de grandes piedras sólidas. Dentro de una de ellas se encontraba un grueso sapo vivo, sin que hubiera en la piedra la menor apariencia de abertura. Me maravilló el hecho de que este animal hubiese podido nacer, crecer y vivir allí. Pero el cantero me dijo que no había porqué asombrarse, pues varias veces había hallado animales de ésta y de otras clases en lo más recóndito de las piedras, sin que existiese el menor indicio de una abertura. Se puede explicar así el nacimiento de estos animales: son engendrados a partir de alguna sustancia húmeda de las piedras, cuya humedad, al entrar en putrefacción, produce tales seres. 5
El espontaneísmo, aparece citado en libros de la época no sólo bajo la forma del relato antes mencionado sino acompañado de curiosas recetas para “crear la vida”. En este sentido cabe destacar que a comienzos del siglo XVII, un químico y fisiólogo belga, Jean Baptiste Van Helmont (1577 - 1644), propone una serie de técnicas para producir la vida. El más difundido en diferentes textos de biología general y en los que desarrollan el tema del origen de la vida, es el método en donde Van Helmont sugiere producir ratones a partir de granos de trigo o pedazos de queso, cubiertos con una camisa sucia, preferentemente de mujer. Este científico, argumentaba que un fermento originado en la camisa y transformado por el olor de los granos o del queso, convertía el trigo en ratones y que el período necesario para este cambio era de veintiún días, es decir, el mismo tiempo de gestación de los ratones.
Ello - dice este naturalista - es tanto más admirable cuanto que los ratones originados por el trigo y la camisa no son pequeños ni lactantes, ni minúsculos, ni deformes, sino muy bien formados, y pueden saltar.6
En la misma época, un profesor de Ciencias del Colegio Romano, el jesuita Atanasio Kircher (1602 - 1680), en su obra Arca de Noé, divide a los animales en dos grupos, los que se multiplican por “generación normal” y los que lo hacen por “generación espontánea”. En el texto mencionado también hace referencia a un tal Francesco Redi, que tiene la osadía de poner en duda la abiogénesis de la siguiente manera.
Este sabio y muy perspicaz médico del Gran Duque de Etruria ha publicado un pequeño libro sobre la generación de los insectos, en donde niega que estos animales puedan nacer de la putrefacción. Además, impulsado por no se qué prurito de contradicción, ataca mis experiencias....7
Redi (1626 - 1697), médico que fue miembro de la Academia del Cimento (también llamada Academia de la Experiencia), efectúa una serie de experimentos en los que comprueba que las “larvas” que frecuentemente se encontraban en la carne en putrefacción, “no surgían espontáneamente de la misma”, sino que se “originaban de los huevos que las moscas depositaban sobre ella”. Los resultados de esos trabajos le hicieron decir a Francesco Redi :
Estaba dispuesto a creer que la Tierra, después de las primeras plantas y los primeros animales que produjo en los días iniciales del mundo, cumpliendo la voluntad del Creador soberano y todopoderoso, no volvió a producir jamás por sí misma ni hierbas ni árboles ni animal alguno perfecto o imperfecto y que todo lo que ha nacido en el pasado y nace ahora en ella o de ella, proviene de la verdadera y real simiente de las plantas y de los animales mismos, quienes conservan su especie por medio de su propia simiente.8
Estos aportes sumados a los adelantos en la metodología experimental parecían invalidar la teoría de la generación espontánea para ciertos animales como moscas, gusanos, lombrices y ratones; el espontaneísmo se puso en duda, pero por poco tiempo.
Hacia fines del siglo XVII, las mejoras logradas en instrumentos ópticos como el microscopio, permitieron que ante el “ojo humano” hiciera su aparición, un mundo desconocido hasta ese momento, el “mundo microbiano”; esos pequeños “animálculos” que los “anteojos mágicos” mostraban pululando en los líquidos en putrefacción y fermentación podían ser el resultado de alguna forma de generación espontánea.
En efecto, ¿de dónde provenían los millares de seres que se veían en el portaobjeto del microscopio cuando se observaba una gota de agua de lluvia o de infusiones de materia orgánica expuestas al aire?, ¿cómo explicar, sin la teoría de la generación espontánea, la existencia de esos seres que tenían millones de descendientes en cuarenta y ocho horas? La gente de los salones y los cortesanos preciábanse de tener opinión al respecto. En los albores del siglo XVIII, el cardenal Polignac, diplomático y literato, compuso un extenso poema en verso latino, titulado el Anti-Lucrecio , en el que refutaba a Lucrecio y a los filósofos de su escuela y atribuía a la Previsión Suprema el mecanismo y la organización del Universo. Con ingeniosos desarrollos y brillantes circunloquios, el cardenal de Polignac, ensalzaba las maravillas del microscopio, al que llamaba ojo de nuestro ojo y aseguraba que la Sabiduría Todopoderosa nos ofrecía con él un nuevo espectáculo maravilloso. De tantos argumentos en verso desprendíase, no obstante, la sencilla noción de que la tierra no ha producido por si sola los innumerables gérmenes que contiene. Y así como el hombre y los animales fueron creados, todos tiene en este mundo su germen o su simiente... 9
Las “aguas se dividieron” a favor y en contra del espontaneísmo microbiano, pero algunos naturalistas como el holandés Anton Van Leewenhoeck, descubridor de los animálculos se abstuvieron de opinar al respecto.
A mediados del siglo XVIII el problema pasó de los salones al terreno científico y surge una fuerte controversia entre dos sacerdotes.
Uno de ellos el irlandés John Tuberville Needham (1713 - 1781), partidario de la teoría de la generación espontánea, afirmaba que podía obtener a voluntad “seres vivos microscópicos”, en preparados de carne colocados en frascos cerrados herméticamente con tapones de corcho, a los que posteriormente cubría con ceniza lo suficientemente caliente, como para destruir cualquier manifestación de vida. Al respecto declaraba,
El calor ha matado a todos los gérmenes que podían existir al comienzo de la prueba: gérmenes provenientes de las paredes del vaso, del agua, de la materia en infusión o del aire. Como el vaso está herméticamente cerrado, nada viviente pudo deslizarse después del calentamiento. Es, por lo tanto, evidente que los gérmenes que encontramos allí han nacido por generación espontánea.10
Needham atribuye a la materia orgánica, una fuerza organizadora a la que denomina “productiva y vegetativa”, y encuentra un aliado en Jorge Luis Leclerc - Conde de Buffon el que no vacila en apoyar las ideas de su colega. En este sentido, Buffon admite “la presencia de partículas elementales e incorruptibles, comunes a los animales y a los vegetales” y sostiene que,
estas moléculas orgánicas se ordenaban convenientemente en los moldes estructurales, de los diferentes seres. Cuando la muerte destruía estos moldes, las moléculas orgánicas quedaban en libertad y removían, en incesante actividad, la materia putrefacta, apropiándose de algunas partículas y formando al reunirse una multitud de pequeños organismos, animales o vegetales; algunos, de regular tamaño, como los gusanos y los hongos y otros, extraordinariamente pequeños y sólo visibles con el microscopio. Esos cuerpos, existían únicamente por generación espontánea, realizada constante y universalmente después de la muerte y, a veces durante la vida. Tal era, para Buffon, el origen de las lombrices intestinales. 11
Las ideas de Needham - Buffon, encontraron firmes opositores; uno de ellos fue Charles Bonnet el que alegaba que en las experiencias realizadas los frascos fueron mal cerrados y que el calentamiento de la infusión no había sido suficiente para “matar” a todos los gérmenes.
Con posterioridad quien se resiste a estas ideas fue el abate italiano Lázaro Spallanzani (1729 - 1799). Si bien los primeros experimentos que realiza confirman los dichos de Needham, Spallanzani sospecha que el calor al que habían sido expuestos los frascos no destruía las “simientes generadoras de los animálculos” y que éstos se introducían por los tapones de corcho que cerraban los frascos. Decide entonces variar algunos factores:
Repetí esa experiencia con mayor precisión – escribió Spallanzani - y emplee, recipientes herméticamente cerrados que mantuve sumergidos en agua hirviente durante una hora. Cuando examiné la infusión no encontré ni siquiera vestigios de animálculos, aun cuando observé 19 vasos diferentes. 12
Spallanzani se declara contrario a la doctrina de la generación espontánea y considera insostenible la “teoría de la fuerza vegetativa y la existencia oculta de una potencialidad sustancial”. Needham no se da por vencido y argumenta que los experimentos realizados por Spallanzani no son concluyentes puesto que en los frascos “la fuerza vital de la infusión” se habría debilitado, o quizá destruido, y que las “cualidades del aire” resultaron también modificadas, al haber colocado los recipientes durante una hora a la acción del agua hirviendo.
Spallanzani - dice - cerró herméticamente diecinueve vasos, con diferentes sustancias vegetales, y los hizo hervir así durante una hora. Pero su modo de tratar las diecinueve infusiones vegetales hace evidente que no sólo debilitó mucho o quizá aniquiló totalmente, la fuerza vegetativa de las sustancias en infusión, sino que también corrompió por completo, mediante las emanaciones y el calor excesivo provocados por el fuego, la pequeña porción de aire que quedaba en la parte vacía de sus frascos. No es asombroso, por lo tanto, que infusiones tratadas de este modo no hayan dado ningún signo de vida. Debía ser así.13
Spallanzani, a través de otra serie de experimentos, trata de dar respuesta a las objeciones de Needham referidas a la “fuerza vegetativa” y al “aire viciado”. En el primer caso, logra demostrar que la “fuerza vital persiste en las infusiones”, ya que cuando las muestras se ponen en contacto con el “aire libre”, los animálculos hacen su “aparición”. La objeción acerca de que el “aire interior no estaba viciado”, le resultó difícil de sostener puesto que aún no se conocía la “naturaleza del aire”.
La discusión entre los dos sacerdotes, excede los límites académicos y el público en general empieza a interesarse por esta controversia. En un material, publicado en 1769, con el titulo Las singularidades de la Naturaleza,
Voltaire, que tenía temperamento de periodista divirtióse a costa de Needham, al que hizo pasar por jesuita irlandés para entretener mejor a sus lectores. Bromeando a propósito de las anguilas que, según se aseguraban, nacían en el jugo de carnero hervido, decía: Enseguida muchos filósofos, propalaron versiones maravillosas: No hay germen alguno - decían -, todo nace y regenera por una fuerza vital de la naturaleza. Es la atracción, decía uno; es la materia organizada, decía otro; son las moléculas organizadas que han encontrado su molde estructural, agregaba un tercero. De este modo, un jesuita indujo a error a algunos físicos de nota”. En esas páginas, escritas con ironía y soltura, Voltaire se mofaba de lo que el llamaba “la ridícula equivocación de Needham”, cuyas infortunadas experiencias resultarían falsas, según lo demostró plenamente Spallanzani e inaceptables, para aquellos que hubieran estudiado un poco la naturaleza. Para la razón y para los ojos – agregaba – ha quedado demostrado que no existe animal ni vegetal que no provenga de gérmenes. 14
Además, el escéptico Voltaire, en la palabra “Dios” del Dictionnaire Philosophique, comenta que le resulta sumamente extraño que mientras el sacerdote Needham proclama su habilidad para “crear vida”, los ateos, si bien “negaban la existencia de un Creador”, eran capaces de “atribuirse a sí mismos el poder de crear anguilas”.
A pesar de las pruebas aportadas y de la vehemente defensa de Lázaro Spallanzani, el problema de la “generación espontánea” permaneció sin solución definitiva, ya que “este abate” al igual que su ocasional adversario Needham, pudo demostrar claramente en qué estaba su oponente equivocado, pero fracasó al intentar probar que él mismo tenía razón en todos los puntos que sostenía.
Es importante destacar que de esta controversia no resuelta en el ámbito académico, sacaría provecho un comerciante parisino Francisco Appert, quien en 1810, ideó un procedimiento para la fabricación de conservas aplicando “los resultados de las experiencias de Spallanzani efectuadas según el método de Needham,
Este consistía en introducir guisantes con agua en un vaso de vidrio, que se cierra luego herméticamente; después de lo cual, se lo mantenía en agua hirviente durante tres cuartos de hora.15
El científico José Luis Gay - Lussac (1778 - 1850), al analizar el contenido de las conservas elaboradas por Appert, verificó que “el medio carecía de oxígeno”; en su opinión,
la ausencia de ese gas es, por consiguiente, una condición necesaria para la conservación de las sustancias animales y vegetales. 16
Frente a los nuevos datos aportados por Gay - Lussac, ¿no era apropiado creer que John Needham, tenía razón al sostener que la “acción del calor viciaba el aire” y que por lo tanto en esa “atmósfera inadecuada” era imposible que ocurriera la “generación espontánea”?
Para los defensores del espontaneísmo resultaba evidente que “el oxígeno” era imprescindible para iniciar la vida. Por el contrario, los enemigos proclamaban que el aire solamente era el “vehículo” que introducía en los líquidos orgánicos los “gérmenes vivos de la putrefacción y la fermentación”.
Alrededor de 1836, los trabajos del anatomista y fisiólogo, Teodoro Schwann (1810 - 1882), hicieron progresar notablemente la cuestión. Se sabía que muchas infusiones (por ejemplo de carne), colocadas en recipientes de vidrio cerrados “a la llama”, cuando eran expuestas a altas temperaturas y posteriormente enfriadas, “no se pudrían” siempre y cuando estuvieran protegidas del contacto del aire.
Schwann, modifica el experimento original “de manera que fuese posible renovar el aire; pero con la condición de que el aire entrante previamente se calentara”. El nuevo diseño lo realiza,
adaptando al cuello del balón un tapón horadado con dos agujeros, atravesados por dos tubos de vidrio acodados y encorvados, de manera que sus curvaturas se sumerjan en baños de aleación fusible, mantenidos a una temperatura cercana a la de la ebullición del mercurio. Se renueva el aire que llega frío al balón, pero luego de haber sido calentado pasando por la porción de los tubos rodeados de aleación fusible17 . Se empieza la experiencia haciendo hervir el líquido. No se produce alteración. El aire calentado, luego enfriado, deja completamente intacto el jugo de carne previamente hervido... ... Las conclusiones del doctor Schwann son interesantes: Para la fermentación alcohólica como para la putrefacción, no es el oxígeno del aire atmosférico, el que las ocasiona, sino un principio encerrado en el aire común, y que el calor puede destruir. 18
Por la misma época otros científicos repitieron y modificaron los experimentos de Teodoro Schwann. Así por ejemplo, Franz Schülze, hizo “pasar el aire” a través de reactivos químicos como la potasa cáustica o el ácido sulfúrico concentrado. Bajo estas condiciones “las infusiones” permanecían en general “sin alterarse”, es decir sin gérmenes.
Algunos años después, en 1854, Heinrich Schröder y Theodor von Dusch introdujeron una interesante modificación.
En lugar de calentar el aire o arrastrarlo a través de ácido sulfúrico antes de permitir que entrara en la solución, estos autores simplemente lo filtraban a través de tapones de algodón, como había sido realizado unos pocos años antes por el químico Loewel. Este había descubierto que se podía privar al aire de la capacidad de inducir la cristalización de ciertas soluciones si se le hacía pasar a través de un tubo largo relleno de algodón. Análogamente, Schröder y von Dusch descubrieron que cuando se hierve la carne en agua y recibe continuamente aire fresco a través del tubo con algodón se conserva sin alterarse y sin olor desagradable ni pululación microbiana durante largos períodos de tiempo. 19
Sin embargo, aunque los científicos tomaran todas las precauciones que consideraban necesarias para destruir o eliminar “los gérmenes”, de vez en cuando en “las muestras así tratadas”, hacía su “aparición la vida microbiana”.
Al respecto, en 1859 Schröder señala que, “la orina no se pudre en contacto con el aire filtrado” mientras que “en las mismas condiciones la leche y la yema de huevo sí se pudren”; por lo tanto,
la posibilidad de que tuviese lugar la generación espontánea en el caso de la putrefacción dejaba la puerta abierta para la posibilidad de que sucediera en todas las otras formas de actividades microbianas.20
Las discusiones continuaron sin una aparente definición hasta que, como expresa Renato Vallery Radot (1943) “con la intervención de Pasteur esta cuestión adquirió nueva y ruidosa actividad..”